lunes, 17 de noviembre de 2008

Cyber Circus

Artículo: Circo Moderno
Autor: Anónimo
Fuente: El Universal (Columnas) http://www.eluniversal.com.mx/columnas/70525.html

Los habrá, de menos, escuchado nombrar porque en este momento los reflectores de la fama posan su luz sobre ellos: Wendy Sulca, Coyoacán Joe, La Tigresa del Oriente, El Delfín. Nombres transformados en palabras calve con los que se puede ingresar en su espectáculo en privado y sin necesidad de boleto, en lugar de eso, lo único que se requiere es una computadora con acceso a YouTube. Mientras llevan a cabo su acto en video, el esperado efecto en el espectador ocurre: la risa y la burla reavivan los ánimos, pero estos personajes no son payasos ni han subido su intervención a la red con el propósito de hacernos reír, sino de mostrar su “arte” en el democrático escenario online que hace posible lo que les es negado de manera rotunda fuera de la virtualidad, y no sin falta de razones.

En la más franca ejemplificación del patetismo, sus videoclips muestran una calidad que pueden superar con creces los videos familiares de cualquier aficionado, bailan de forma ridícula, cantan con un desafine que podría desternillar los oídos más entrenados y no se amedrentan al interpretar letras cuya estructura resulta, si no noña, perversa (para muestra, Wendy Sulca, una niña de ocho años, inspirada por fomentar entre la población peruana los beneficios de la leche materna, termina cantando algo como: “…cada vez que la veo a mi mamita, me está provocando con su tetita”, increíble para un video cuyas intenciones son otras, pero cierto gracias a la ingenuidad; si no, entre a verlo).

Con semejantes muestras de “creatividad”, los protagonistas de los videos confiesan que fueron tan naíf como capaces de pagarle al estafador empresario que dijo “creer en su talento” y ponen de manifiesto que la candidez aspiracional (esa que hace creer a la gente lo que no es) suele pagarse con el escarnio público porque, ya se sabe, aquello que nos parece más hilarante es lo que alcanza el mayor grado de crueldad, y el ridículo lo es, especialmente cuando su protagonista cree seriamente que lo que hace no cabe dentro de esa definición y que su éxito se debe a su talento nato.

De forma similar al éxito que alcanzó Mondo Cane, aquella película sesentera de los italianos Gualtiero Jacopetti y Franco Prosperia que mostraba un sinfín de atrocidades en formato documental y fue objeto de un par de falsificaciones posteriores, YouTube se ha transformado en, probablemente, el documental canesco más grande que haya podido concebirse. Además, falsificado como sucedió con la cinta, pero dentro de sí mismo, pues YouTube alberga tanto las versiones originales como sus copias de manera simultánea, o nuevas versiones donde el protagonista es generalmente asesinado, dando lugar a una hilarante (porque el espectador no deja de reír) y todavía más atroz cadena de crueldades, pero que a diferencia de Mondo Cane, regularmente no mueve ni conciencias ni reflexiones y se queda sólo en la risa.

Al observar la múltiple oferta virtual de YouTube, lo increíble no es que la infamia (expuesta en carne propia por Sulca, Joe, La Tigresa, El Delfín, entre tantos otros) pueble el mundo, sino que el escarnio nos parezca una diversión inofensiva y que se haya transformado en lo que impulsa reiteradamente algo para que alcance el grado de celebridad cuando sus manifestaciones particulares se transforman en “lo que hay que ver”, so pena de perderse los éxitos del momento: aquellos que alcanzan la fama masificada gracias a su canal de transmisión, pero se agotan tan rápido en sí mismos que están condenados al olvido, como todo acto de celebridad instantánea, es decir, la fama como la concebimos actualmente.

Hoy, la oferta que se despliega en sitios como YouTube semeja el andar de la caravana ambulante, el circo moderno de los fenómenos que va de máquina en máquina, como se hacía antaño de pueblo en pueblo, mostrando su colección de seres fenómeno: el “hombre con senos”, como muchos han calificado a Coyoacán Joe, o “la niña rompe vidrios”, como se parodia a Wendy Sulca por su tono de voz durante un enfrentamiento con George Bush, a nosotros, como antaño, el circo fenómeno nos sigue atrayendo, quizá porque resulta terapéutico comprobar que siempre habrá otro que se encuentra en peores condiciones que yo, sin importar que por ello, se haya vuelto famoso.

Los caprichos de la fama
La predicción warholiana de que en el futuro todos tendríamos nuestros cinco minutos de fama ha terminado por ser pavorosamente cierta. La fama, lo sabemos, fue siempre de cascos ligeros, muy dada al escándalo e ingrata, pero de un tiempo para acá su conducta se ha vuelto del todo errática y ya no se sabe qué esperar de ella. Si no recuerdo mal, alguna vez tuvo glamour. Solía llegar tras años de empeños, como pago al talento, como gracia de los dioses o por accidente excepcional. Pero hoy, en la era de la internet, uno puede volverse famoso hasta por error de dedo.

Cuando supe, hace no mucho, que el video mexicano más visitado por los internautas era el de un escuincle ñoño que al cruzar un arroyo caía y decía la tremenda frase: “¡Ay, güey!”, perdí el piso: de golpe mi idea de la cultura dejó de tener cualquier sentido. El chamaco fue llevado a todos los programas de televisión y entrevistado en las revistas de chismes. Cada vez se le pedía que actuara el famoso resbalón y repitiera la frase paradigmática, y todos encantados con esa forma nueva de volverse famoso sin hacer ni poseer nada excepcional. La celebridad gris entronada en la cena de los caníbales.

“Algo ha de haber hecho mal, de otro modo no sería tan famoso”, decía Robert Louis Stevenson, el autor de la escalofriante Doctor Jekyll and Mister Hyde, una obra que se antoja como una metáfora de la fama: ese desdoblamiento de lo peor de cada uno de nosotros. La fama nueva no tiene explicaciones para las cuales tengamos categorías. Cada día nos sorprende con una manera totalmente inesperada de elegir a los suyos.
Los momentos de celebridad del tipo Récord Guiness han dejado de ser eficaces y ya parecen ridículos, y aunque el otro Olimpo, el de la televisión y los medios impresos sigue gozando de excelente salud, existe otra marquesina, cada vez más radiante, que se arma a capricho de los cibernautas.

La fama en la internet exige un abandono radical. No depende de la voluntad del suspirante, sino de esa masa inasible, amorfa, remota y a la vez ominosamente cierta que es la multitud virtual. No sabemos bien cómo piensa. Es un fenómeno nuevo, fascinante ahora, temible al minuto siguiente. Creativo hoy, mañana absolutamente banal.

Recientemente hemos visto cómo la internet ha sido usada por los “auténticos jóvenes rebeldes” para ir a apalear a los anodinos emos. Los ritos de iniciación de los adolescentes incluyen golpizas, violaciones y todo tipo de vejaciones que se suben a la red (o que se comparten por celular) para “disfrute” de todos. Los comentarios en YouTube son un muestrario desolador de sexismo, racismo, xenofobia y otros odios. Pero, extrañamente, la virulencia es parte de su éxito. Vean si no a El Niño Predicador, a Coyoacán Joe o a La Tigresa de Oriente. La masa se ceba y se satisface en odiar. Elige a los simples para untarlos de brea y plumas y apalearlos. Todo mundo se erige juez, se carcajea, se engolosina en esa brutalidad. Creer que es un carnaval de pobres e iletrados es ignorar el perfil promedio de los cibernautas y deducir que el odio sin rostro no alcanza a los ilustrados.

Pero es cierto que YouTube sigue siendo sobre todo un espacio de generosidad. Generosidad de subir a la red la música y las imágenes que uno ama, de compartir hallazgos, de multiplicar cultos. De hacer contacto con los otros que persiguen las mismas obsesiones.

1 comentario:

Gerardo Ruiz dijo...

y queeeee? no he chocadoooo???

Me estan promocando con su tetita