domingo, 14 de septiembre de 2008

El poder de los símbolos

Si he de mencionar a alguien que ha causado un fuerte impacto en mi vida, ese alguien tiene que ser sin duda el pequeño Samuel… Es que pocas veces a lo largo de todo el camino llegamos a encontrar personajes que tengan el poder de dejar una huella imborrable en nuestra existencia.


Mi experiencia con el joven Samuel significa para mí esa marca y comenzó poco tiempo después de recibirme como eclesiástico y gramático; la verdad es que me empecé a preguntar acerca de personas sordas que habían alcanzado la adolescencia o quizá la adultez sin ningún tipo de lenguaje hasta después de terminada la carrera. En mis clases habíamos estudiado ejemplos y métodos, pero honestamente nunca me sentí comprometido.


Conocí a Samuel hasta la edad de 12 años y 3 meses cuando estuve de misión en un poblado pequeño cerca de Querétaro, él permanecía en su casa sin recibir ninguna educación, era totalmente analfabeto, e incomprendido; expresaba sus ideas mediante signos manuales y gestos, signos que eran demasiado diferentes de los sordomudos educados. La gente desconocida no entendía cuando se expresaba así, pero sus familiares y vecinos cercanos sí. Los niños de su edad no jugaban con él, lo miraban de arriba abajo, como si fuera un perro; la mayor parte de su infancia la pasó solo, jugando con un trompo, o un mazo y una bola, o caminando sobre zancos.


Nunca tuve del todo claro cómo era la mente de Samuel, dada la ausencia de un lenguaje genuino, aunque está claro que tenía mucha comunicación de un tipo primitivo usando signos caseros que él y sus hermanos habían inventado.


Ahora que ha sobrepasado la adversidad y triunfado después de tantos años, me complace leer su propia autobiografía y su libro entero sobre él y cómo llegó a liberar a la persona sin lenguaje hacia una nueva forma de ser. En uno de esos textos, relata:


“Yo veía ganado, caballos, burros, cerdos, perros, gatos, verduras, casas, campos, viñedos y después de ver todas esas cosas las recordaba bien”.

También tenía un sentido de los números, aunque le faltasen los nombres para ellos:
“Antes de mi educación no sabía cómo contar; mis dedos me habían enseñado. Yo no conocía los números; contaba con mis dedos y cuando la cuenta superaba 10 hacía muescas en un palo”. También nos cuenta, conmovedoramente cómo envidiaba a otros niños que iban a la escuela; cómo tomaba los libros pero no podía sacar nada de ellos; y cómo intentaba copiar las letras del alfabeto con una pluma, sabiendo que debían tener algún poder extraño, pero siendo incapaz de darles ningún significado.


Samuel pasó su niñez casi totalmente aislado, pues no podía tener virtualmente ninguna comunicación, aparte de gestual con otro ser humano. Cuando lo vi por primera vez, me pareció alerta y vivo, pero temeroso y desconcertado, y como con una especie de ansia y búsqueda. Era muy observador, por así decirlo, observando desde fuera, cautivado, pero no enterado del mundo del lenguaje. Cuando le hice el signo de “¿tu nombre?” él simplemente copió el signo; esto era todo lo que pudo hacer al principio, sin la menor comprensión de que eso era un signo.


La repetición de movimientos y sonidos, a medida que intentaba enseñarle el lenguaje de signos a Samuel, continuó sin ninguna sensación de que tuvieran un significado; parecía que mi pupilo nunca entraría en el mundo del pensamiento o del lenguaje-. Y entonces, bastante súbita e inesperadamente, un día lo hizo.
El primer progreso para Samuel fue, de forma fascinante con los números. De golpe, entendió lo que eran, cómo operar con ellos, su sentido; y esto causó algo como una explosión intelectual, un entender los principios cardinales de la aritmética, cosa de días. No había todavía un concepto de lenguaje (el simbolismo aritmético, quizás, no es un lenguaje, no es denotativo en el mismo sentido que las palabras). Pero la adquisición de los números, las operaciones mentales de la aritmética, puso su mente en marcha, creó una región de orden en el caos y le volvió por primera vez a un tipo de entendimiento y esperanza. El auténtico progreso ocurrió un día, después de cientos de repeticiones de palabras, en particular del signo para “gato”. Súbitamente ya no era sólo un movimiento para copiar, sino un signo preñado de significado, que podía ser usado para simbolizar un concepto. Este momento de entendimiento fue intensamente excitante y llevó a otra explosión intelectual, esta vez no de algo puramente abstracto, sino del sentido y significado del mundo: Su cara se estira y abre con excitación… lentamente al principio, luego ávidamente, absorbe todo, como si nunca lo hubiera visto antes: la puerta, el tablero, sillas, mesas, reloj, yo… Ha entrado en el universo de la humanidad, ha descubierto la comunión de las mentes. Ahora sabe que él y el gato y la mesa tienen nombres.
La educación de Samuel fue fascinante; primero advertí que el muchacho tenía buen ojo y comencé dibujándole objetos y pidiéndole que hiciera lo mismo. Entonces, para introducirle el lenguaje, escribía los nombres de los objetos en los dibujos. He de confesar que en un principio mi pupilo estaba completamente perdido. No tenía idea de cómo líneas que no parecen dibujar nada podían funcionar como una imagen de los objetos y representarlos con precisión y velocidad. Entonces, muy repentinamente, lo ví, en aquel momento aprendió la ventaja y dificultad profundas de la escritura… y desde entonces, dejamos el dibujo y lo reemplazamos por la palabra escrita. Entonces, cuando Samuel percibió que un objeto o una imagen podía ser representada por un nombre, desarrolló una tremenda, violenta hambre de nombres.


Recuerdo cuando visitamos un huerto para nombrar todas las frutas. Nos metimos en los bosques para distinguir el roble del olmo… el sauce del álamo, y eventualmente todos los otros habitantes… él no tenía suficientes tabletas y lápices para todos los nombres con los que yo llené su diccionario, y su alma parecía expandirse y crecer con estas innumerables denominaciones… Las visitas de Samuel, eran las de un terrateniente viendo sus ricos dominios por primera vez.


Con la adquisición de nombres, de palabras para todo, percibí un cambio radical en la relación de Samuel con el mundo –se había vuelto como Adán: Este recién llegado a la tierra era un extraño en sus propios estados, los cuales le eran devueltos a medida que aprendía sus nombres.


Si nos preguntamos ¿por qué pedía Samuel todos estos nombres? O ¿por qué lo hizo Adán, aunque él estaba solo entonces? ¿Por qué nombrar le proporcionaba a Samuel tanto gozo y hacía que su alma se expandiera y creciera? ¿Cómo alteraron ellos su relación con las cosas previamente sin nombre, de modo que ahora sentían que les pertenecían, que se habían vuelto sus dominios? ¿Para qué sirve el nombrar? La respuesta tiene que ver, seguramente, con el poder primario de las palabras para definir, enumerar, para permitir maestría y manipulación, para moverse del mundo de los objetos e imágenes al mundo de los conceptos y los hombres. Un dibujo de un árbol representa un árbol en particular, pero el nombre árbol se refiere a la clase entera de árboles. Dar nombres, para Samuel, a medida que caminaba por el bosque, era su primer aprehensión de un poder generalizador que podía transformar el mundo entero; de esta manera, a la edad de 12 años, él entró en el estado humano, pudo conocer el mundo como su casa, su dominio, en una manera que no lo había conocido antes.


Hubo problemas llamativos: en particular, los conceptos temporales parecían imposibles de entender para él; unidades de tiempo, tiempos verbales, relaciones temporales y la misma idea de medir el tiempo como los eventos llevó meses de enseñanza; estos problemas fueron resueltos gradualmente.
Ahora, bastantes años más tarde, Samuel ha adquirido una competencia razonable en el lenguaje de signos, ha conocido a otros sordomudos y se ha unido a la comunidad lingüística. Con esto ha adquirido, un nuevo ser.

Basado en el texto de J.Santiago y F. Tomay de su libro Procesos Psicológicos básicos, publicado por la editorial McGraw Hill en España en 1999

1 comentario:

avy dijo...

Hay conceptos que son tan comunes o cotidianos para mi que no me llego a percatar de la extraordinaria idea que albergan, o en dado caso el proceso psicologico que llegue a tener de niña para ponder entender algo "simple"; conocer, saber, leer o investigar casos como el que mencionas es lo que, en mi caso, me hace reflexionar en algunos hechos: por una parte agradecer todas las capacidades que tengo y al mismo tiempo preguntarme que hago yo con todos mis sentidos, si realmente los aprovecho como deberia ser... pero tal vez ese no sea el planteamiento principal. En esencia es admirable, el no darse por vencido y sentir la necesidad de comunicarse y de expresar lo que uno siente y piensa; creo que eso es y sera siempre basico, independientemente de las condiciones fisicas, psicologicas, economicas... o lo que sea.