miércoles, 12 de agosto de 2009

Una lección para los zorros

El último día de la primavera, la madre zorra habría de expulsar a sus dos hijos ya adolescentes de la madriguera, según la tradición de los mamíferos. Antes de darles el adiós definitivo los abrazó y les dijo:

—Hijitos míos, lo que voy a hacer me parte el alma, pero así es la ley de la naturaleza y ha de acatarse. Hoy deben apartarse de mi lado y aprender a vivir por su cuenta. Les he enseñado cómo cazar, cómo resguardarse del frío y cómo mantenerse a salvo del peligro; pero antes de que se vayan necesito que asimilen una lección más: El mundo es cruel y no tiene lugar para los débiles; si no son capaces de cuidar de sí mismos a partir de este momento, no les garantizo su supervivencia allá afuera.

Nunca se den el lujo de tener un momento de debilidad, ya que por desgracia, en ese momento podrá venir un depredador y despojarlos de cuanto pueda, incluso la vida. Es difícil y tantas veces injusto; pero no me pregunten por qué.

He de decirles también que allá afuera, llegará el momento en el que tampoco podrán confiar ciegamente en nadie, en nadie, ni siquiera entre ustedes porque hasta los hermanos pueden traicionarse por comida, una madriguera o por una pareja.

Deben saber también que nunca podrán pasear libremente por el territorio de otros zorros y que la envidia es inherente a la naturaleza de nosotros. Anden siempre con cautela y estén atentos al acecho de un depredador; la confianza es sólo momentánea y conveniente a la vigilia.

Por último, tengan siempre presente en momentos de soledad y asilamiento que todos los seres vivos nacemos solos y morimos solos.

Habiendo terminado de enseñar la última lección sus hijos, la madre los besó y escoltó a la puerta, donde les pidió que se alejaran sin voltear y cuando estuvieron los suficientemente lejos, ella desapareció para siempre de ese hogar. En un principio los dos zorros decidieron mantenerse unidos, pero al cabo de la estación más fría y con menos alimento se separaron y por suerte no volvieron a encontrarse jamás.